A mis 60 y tantos... es la tierra la que anda ya
Testimonio del Trekking Crew
Por Milton Tejada C.
“Tanto he andado la tierra, que es la tierra la que anda ya”, dicen unos versos de Manuel Del Cabral en su obra “Compadre Mon”. Yo provengo de esa tierra que es cultura, que es sendero, que es dolor y es esperanza, de ese “tierra adentro” que a veces olvidamos en la vida sedentaria de las ciudades y que, sin embargo, no he andado tanto como pregonaba el Compadre Mon. Mi propósito al hacerme parte del Club Patas Sucias es, precisamente, recorrer de nuevo los senderos de mi patria, sus montañas, disfrutar de la compañía de mi gente sencilla de los campos.
En el caso del Sendero Mahoma (Rancho Grande-San José de Ocoa) – Valle de Dios (Santana-San Cristóbal) me motivó, además, el probarme si era capaz, a mis 60 y tantos años, de volver a hacer lo que hacía con tanto placer en mi juventud, compartir la filosofía del Club, y tender puentes (llamo así a la posibilidad de nuevas amistades). César Caamaño, líder de la excursión y del Club, me animó desde el primer momento, asumió que podía puesto que tengo dos años practicando algo de running con otro club (Locorredores) y de mi experiencia previa. Me advirtió que la dificultad era media, que tratara de llevar en la mochila sólo aquello que necesitara.
El campismo, como lo practica Patas Sucias, implica que llevas sobre tus espaldas todo lo que vas a necesitar. También implica –en el caso de rutas ya exploradas– que tienes un mapa por el que puede guiarte, sin necesidad de conexión a internet, y que en tu celular puedes ir viendo con precisión que tanto estás o no estás sobre la ruta trazada. Sin dejar de ser parte de un equipo que participa, a la vez eres autónomo, vas a tu propio ritmo.
Les cuento que la pasé muy bien. Cumplí el propósito individual por el cual me animé, pero además, encontré mucho más.
Encontré un grupo de personas respetuosas de la naturaleza, que quieren aprender siempre, que se ayudan, pero que a la vez impulsan la autonomía. Que tienen el principio de impactar lo menos posible el entorno por el que atraviesan, de no sacar nada, de no contaminar.
Encontré -más bien, recordé- que mi patria está llena de senderos. Volví a ver los rostros humildes de gente de mis campos, con los cuales disfruto compartir y hablar un montón. Aunque para ser sincero, mi ritmo fue demasiado rápido para permitirme las paradas de las fotos, la conversación calmada, apenas uno que otro adiós. Es deuda pendiente y es aprendizaje, “sin prisa, pero sin pausa”.
Encontré inspiración para seguir haciendo lo que hago como Consejero (restaurar relaciones, incluyendo nuestra relación con la creación).
Encontré un Club organizado.
Encontré que podemos cometer fallos, pero ellos no nos definen y de ellos aprendemos. Sólo como ilustración enumero algunos: me perdí dos veces: la primera vez de modo individual por unos 25 minutos al interpretar mal una señal, pero retomé el camino, y la segunda vez junto a una parte del equipo, en un monte, a causa de árboles que habían caído por la Tormenta Laura y que parecían borrar el camino, luego de unas vueltas, fue posible retomar el sendero. Este perderme fue una maravillosa experiencia de confiar, de esperar, de no desesperar, seguro de que lo más que podía pasar es que me viese obligado a acampar en cualquier lugar para continuar al otro día. Otro fallo (error) es la cantidad de cosas innecesarias que llevé: me sobró ropa limpia, me sobró comida, y me faltó agua (lo cual suple abundantemente la zona).
Vi que podría ser cierto aquello del poder de la naturaleza para su recuperación: "Con que no me jodan, es suficiente", pero también vi que hay personas -con otras filosofías- que no les importa tirar basura en el camino o dejar huellas pesadas sobre el medio ambiente (especialmente esto fue deprimente de Valle de Dios a Santana. Así no es posible hablar de ecoturismo sostenible).
Cada arroyo, cada charco en el que me bañé, cada río que crucé (y cruzamos el mismo río varias veces, pues prácticamente recorrimos el Mahomita desde que era un niño de pantalones cortos hasta que ya tenía pantalones largos, es decir, desde riachuelo a realmente río) fue refrescante.
Recibí mucha retroalimentación positiva de mis compañeros de camino y hasta reconocimiento inmerecido, porque sólo doy de lo mucho que me ha sido entregado por otros.
Me alegró inmensamente ver parejas que hacían el sendero juntas (por experiencia sé lo que esto estrecha la relación), y hasta pequeños grupos de amigos que compartían el camino.
Sentí lo que hace tiempo siento: admiración por nuestra juventud. “No todo está perdido, vengo a entregar mi corazón…” dice una cantante, y es cierto. Luego de conocerles un poquito, se fortalece mi esperanza.
Encontré, finalmente, que en mis próximos 20 años (hasta que cumpla 85) tengo algo valiosísimo que practicar y animar a otros a que lo practiquen: el campismo autónomo.
Mis fallos –o errores– de los que ya he hablado, los convierto en recomendaciones: no llevar más peso del que necesitas (así debiera ser también la vida), ir a un ritmo que te permita disfrutar de las maravillas de Dios en la creación, hablar más con las personas, y ropa siempre adecuada.
Gracias al Club Patas Sucias, a César Caamaño, y a cada uno de aquellos con quienes caminé este sendero placentero que me recuerda que vinimos aquí a tener vida y vida en abundancia. #AcamparEsFacil
Excelente artículo 😊
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