Nuestra excursión de agosto al Parque Nacional Máximo Gómez

El pasado 11 y 12 de agosto nos aventuramos, por tercera vez, dentro de los confines del Parque Nacional Máximo Gómez. Este parque se encuentra bordeando el embalse de la Presa de Valdesia y comparte su territorio entre las provincias Peravia y San Cristobal. Es un lugar sumamente hermoso, con una vocación realmente eco-turística, en la que el impacto en la naturaleza puede ser realmente el mínimo. Las fotografías de este parque se pueden ver aquí.


En esta ocasión nos lanzamos 45 Patas Sucias, de los cuales muchos vivirían la experiencia del backpacking y de la acampada por primera vez. Si bien ésta es la excursión más cómoda de todas las que tenemos, no deja de tener sus retos y de sorprendernos con la diversidad de espacios que encontramos en su recorrido. Más aún, la naturaleza nos regaló un giro inesperado, del cuál comentaré más adelante. El asunto es que nos fuimos 45 almas, entre niños, adultos y un poquito más adultos, a demostrar con hechos que el backpacking es posible y es divertido. No nos cansamos de decir que #AcamparEsFacil.


Cuando llegamos a nuestro punto de inicio, en la cabeza del sendero, lo primero que realizamos fue verificar las mochilas y ayudar a los nuevos a ajustarlas correctamente. Llevar una mochila de varios kilos es fácil cuando se hace con la técnica correcta, y la experiencia va ayudando a construir ese conocimiento sobre cómo debe ir la mochila y sobre cómo debe sentirse. Entonces iniciamos el ascenso de una pequeña montaña, de no más de 150 metros de altura, la cual se atraviesa para descender frente al gran cañón del Río Mana, justo frente a la Cueva de Conde. Esta cueva tiene una importancia singular para la comunidad, ya que en ella se realizan varios rituales religiosos muy populares.


Al llegar al cañón nos encontramos con la sorpresa de que la naturaleza ha creado un pozo profundo: la arena ha ido desplazándose y se ha creado una especie de balneario natural muy hermoso. Esto resultó en un giro inesperado que le subió la adrenalina a la aventura, debido a que el Río Mana, normalmente, no es profundo y se recorre caminando. En esta ocasión debimos cargar las mochilas sobre los hombros, y los más pequeños simplemente nadar, para poder llegar al otro lado. No teníamos ni 30 minutos de iniciar la caminata y ya nos sentíamos como verdaderos exploradores de esos que salen en las películas.


Caminamos río arriba, como habíamos planificado, y ya no importaba mojar nuestros tenis pues el agua había cubierto, en la sección anterior, todo nuestro cuerpo. Este trayecto se realiza sobre las piedras de río, bordeando los pequeños cursos del agua. La sombra de los grandes árboles, y el cauce reducido, pero sonoro, del Río Mana, nos fue acompañando y arrullando hasta que llegamos a un cruce, donde abandonamos el río e iniciamos la caminata sobre un camino de tierra. En ese instante se sentía como que salíamos de la maleza profunda, para atravesar un espacio rural común de cualquiera de nuestros campos.


Este camino de tierra nos llevó hasta un sendero oculto, difícil de encontrar para quien no tiene su ubicación, el cual nos transforma de nuevo el ambiente al hacernos transitar por un caminito rural donde apenas caben nuestros pies, y luego por la cañada de un arroyo que, para el momento de nuestra visita, ya estaba seco. Esto era como volver a la selva, al espacio donde no hay civilización. Este caminito serpentea el contorno de la montaña y del lago, hasta hacernos llegar al lugar más esperado por todos: la zona de campamento.


La zona de campamento es un espacio que hemos ido limpiando y preparando para que pueda albergar nuestras casas de campaña, y nuestro anillo de fuego, sin impactar negativamente al resto del ambiente y del Parque Nacional. La misma se encuentra sobre la cima de una colina, justo en frente al lago que forma la Presa de Valdesia. Como el nivel de agua del embalse no está en su máximo nivel, a la orilla de nuestra colina se formó una especie de playa que facilitó el acceso al agua para el disfrute de todos.


Desde que llegamos el primer paso fue preparar las casas de campaña y almorzar. Obviamente, luego de una caminata de dos horas, el hambre se hacía sentir. Fue cuestión de minutos para que, poco a poco, todos fuéramos entrando al agua y empezara el disfrute con el que habíamos soñado desde semanas atrás. La verdad que esta zona permite desconectarse, re-conectarse y reencontrarse de maneras intensas, y es un lugar ideal para relajarse y dejarse fluir.


La tarde cayó, y luego vino la noche. Era el momento ideal para cada quien preparar su cena. Luego, preparamos una gran fogata alrededor de la cual nos sentamos y disfrutamos malvaviscos que nos regalaron. Todos, grandes y chicos, disfrutamos de ver derretidos nuestros postres al calor de la hoguera, para luego devorarlos hasta casi empalagarnos de su dulce sabor. Nos acostamos temprano, pues nuestra mente se conecta con el sol y la luna cuando estamos expuestos a la naturaleza, y disfrutamos acurrucados de una noche que empezó cálida, y lentamente nos fue refrescando con un suave frío.


A la mañana siguiente volvimos al agua, como patos acostumbrados a este estado natural. No era un asunto de bañarnos, sino de disfrutar como niños aquello que la edad, en ocasiones, nos hace olvidar: que somos más felices cuando estamos activos, cuando nos sentimos seguros y cuando estamos en armonía con la naturaleza. Buscando eso es que salimos al monte y para ello es que #NosotrosAcampamos.



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